lunes, 2 de septiembre de 2013

Radio

Significó de entrada su puerta al mundo. Pocos amigos para compartir sus pensamientos, ese aparatito, más parecido a una calculadora que a una ventana a los otros, lacompañó todas las noches de adolescencia anhelante de sabores, de encuentros que solo se sucedían en su alma de quince años. Los sueños, por esas épocas, estaban contaminados con el comino de un locutor meloso de Horizonte, y esas palabritas fueron horadando su inconsciente como la gotita de agua torturadora de los japoneses. Su habitación nunca olió a encierro ni a egocentrismo. Tres camas no se acomodan en una habitación  4x4 sin cambiarte el carácter para siempre. De hecho su camita sólo existía por las noches, en sí, durante el día se escondía debajo de la cama de Anita, y si durante el día se ofendía y quería irse a llorar y taparse la cara con la almohada, algún colchón generoso le brindaba hospedaje. Sin embargo, por acción diaria, aprendió a hacerse su cama a la mañana y toda la habitación le pertenecía porque no era dueña de ningún lugar en particular. Y por las noches, en la oscuridad, la música inundaba, bajito para que no se quejen los viejos, todo el balance imposible que puede hacer una cabecita que vive al día. 
Como se puede vivir al día cuando hay tan poco que recordar. La música es un tentempié riquísimo que comemos en cinco minutos. Con qué fuerza lo tragamos cuando se trata de corazones jóvenes y con qué sabiduría lo saboreamos cuando va pasando el tiempo. Lo mejor de la radio por las noches es que no hay posibilidad de cambiar, estar sujetos al musicalizador como al capitán de un barco errante que te puede hacer naufragar como el Titanic. No había manera de manejarlo en esos tiempos, el dial estaba prohibido para la benjamina de la casa y eso la encomendaba a los caprichos de la clase dominante de ese dormitorio femenino y había que encomendarse a la Virgencita Desatanudos y cerrar los ojos con un lentazo de Peter Cetera...