domingo, 19 de julio de 2015

Chicos

Ahora lo entiendo muy bien. Uno es padre toda la vida y no tiene nafta para un trabajo tan largo. Yo por lo menos siento que hoy se me acabó la alegría, sabe dios que hice todo lo posible por este chico y lo único que recibo son tristezas, reproches y malos tratos. Hay algo que aquí nunca ha funcionado y no sabemos qué es, por el momento. Cuando yo era chica no me daban mucha bola, creo que tuve alguna especie de protagonismo cuando tendría trece o catorce años, pero fue breve e insano ese período. A mi mamá le preocupaba tener que preocuparse de mí, siempre la veía atosigada por sus responsabilidades, el trabajo, la casa y una relación sentimental con mi papá que la sumía en estados de depresión y excitación inexplicables la dejaban sin ganas de lidiar conmigo, que tampoco le ponía muchas ganas. Cuando yo tenía catorce años creía que casi todo el mundo estaba contra mí y era un mediocre, había descubierto que salir a la noche era la mejor manera de darle un sentido a mi existencia. Debe ser por eso que cuando veo los ojitos de odio de mi hijo cuando le prohíbo algo me despierta una rememoración de mis años de juventud. Hay que sentir ese odio… Sin embargo, siento mucho pelearme con él, de todos modos mi visión no es pesimista, percibo poco a poco que se va tornando más responsable, aunque de manera muy lenta, cada dos días tenemos una recaída, con fiebre y vómitos, con todo…  Mi mamá, recuerdo perfectamente, renunció a mi educación en el sentido formal de la palabra, creo que eligió escudarse en mi supuesta maduración y responsabilidad, yo era confiable y hablaba apropiadamente, criteriosa e inteligente resulté para mi vieja, entonces decidió soltarme el ancla y anduve a los tumbos unos cuantos años. De más está decir que si logré alguno de esos atributos fue recién diez años después que fuera declarada adulta. Pero toda esa transacción de madurez peligrosa la asumí recién con la primera puteada de mi vástago, cada pelea con el muchachito estoy tentada de tirar la toalla, de hacer el gesto heroico de irme a la mierda y dejarlo que choque sin frenos en la General Paz. A pesar de mis sentimientos de urgente huida me quedo, le vuelvo a mandar mensajes, le vuelvo a preguntar con buen tono con quién anda y él sigue equivocándose, y yo sigo a su lado.

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